lunes, 21 de noviembre de 2011


«El trabajo no es tan difícil como se ve desde fuera. Apuntamos, apretamos el gatillo y eso es todo», revela con rutina funcionarial un verdugo de China, donde miles de presos son ejecutados al año.

“Dos presos fuman sus últimos cigarrillos antes de ser ejecutados”

“En realidad, el trabajo no es tan difícil como se puede pensar visto desde fuera. Todos usamos rifles y nos situamos a unos cuatro metros del prisionero condenado separados por una barrera de un metro. Apuntamos, apretamos el gatillo y eso es todo”. Con la misma rutina funcionarial con que Pepe Isbert desgranaba los secretos del garrote vil en la negrísima comedia de Berlanga, así explica su trabajo uno de los muchos verdugos que cada año ejecutan en China a miles de presos sentenciados a pena de muerte.

Aunque el autoritario régimen de Pekín no desvela la cifra de ajusticiados en el país más de 2.000, según los cálculos de Amnistía Internacional. El sorprendente testimonio de un verdugo, Hu Xiao, acaba de ser publicado en un medio chino rompiendo uno de los secretos mejor guardados del país. A pesar de la censura encargada de vetar los temas más sensibles, el periódico “Noticias vespertinas de Pekín” entrevistaba este lunes a un policía con 19 años de experiencia descerrajando tiros a los reos, según informa Reuters.

«Los presos tienen tanto miedo que se desploman sobre el suelo»

Quizás por esta siniestra carrera profesional de casi dos décadas, Hu Xiao hablaba del tajo sin apasionarse y con una monotonía rayana en el aburrimiento. “En las ejecuciones, los presos deben hincarse de rodillas y la mayoría tiene tanto miedo que se desploman sobre el suelo”, explicó el verdugo, quien también recordó algunas anécdotas más o menos curiosas. Como cuando un soldado condenado por homicidio se levantó y corrió hacia nosotros. “El resultado fue abatir un objetivo en movimiento”, zanjó con frialdad Hu Xiao, quien por supuesto defiende la ley del talión que impera en China y en los 23 países que el año pasado llevaron a cabo ejecuciones.

“Todos estos condenados reciben lo que se merecen por sus crímenes”, justificó el verdugo, para quien ajusticiar a los reos “hace tiempo que se convirtió en una tarea rutinaria”. Sin embargo, la segunda vez que le tocó disparar a un preso sí que se puso nervioso, pero no porque tuviera miedo, sino más bien por celo profesional. “Temía no acertar en el blanco y ser objeto de burla entre mis compañeros”, confesó Hu. Previamente, los verdugos más veteranos le habían hecho presenciar un par de ejecuciones e inspeccionar los cadáveres para asegurarse de que no seguían con vida.

En la actualidad, 96 países han abolido oficialmente la pena de muerte para todos sus delitos y la mayoría no la aplica en la práctica. Pero Amnistía Internacional contabilizó que 23 naciones ejecutaron a 527 personas el año pasado, lo que supone un aumento de cuatro países con respecto a 2009 pero una disminución sobre los 714 ajusticiados de entonces.

De todas maneras, la disminución de las ejecuciones no significa que la pena capital vaya a desaparecer en China, donde el régimen comunista sigue estableciendo un severo control político sobre la sociedad y la mayoría de la población apoya la justicia del “ojo por ojo, diente por diente”.

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